Aunque parezca solo religioso, tener fe es importante desde el punto de vista filosófico, científico y psicológico
Desde pequeños, la mayoría de los discursos de nuestros padres o de la gente que nos rodea, nos pide tener fe en múltiples cosas:
En la familia, en la vida, en los Reyes Magos o, más aún, en Dios.
“La fe es la aceptación gratuita de tal o cual fenómeno. En el sentido corriente de la palabra, fe es la seguridad que se tiene en conclusiones científicas e hipótesis que en el momento dado aún no pueden ser demostradas experimentalmente”, señala el Diccionario Filosófico de Rosental Ludin.
Aunque la relación de la fe y la religión parece intrínseca, no siempre lo es. De acuerdo con estudiosos de la filosofía, en el mundo occidental es una herencia de Platón, quien con su búsqueda de los arcanos, la puso en un estado diferente del raciocinio.
“Parece que no, pero la fe es lo más científico que hay. Para que el primer hombre, o neanderthal, se atreviera a experimentar, debió confiar en que algo pasaría si frotaba una piedra o sembraba algo. Confiar es el primer paso para la fe”, argumenta la psicóloga Jessica Jiménez.
Nacida en Ensenada, Baja California, Jiménez considera importante el hecho de tener una fe.
Asegura que ésta funciona como un programa de emergencia ante las dificultades de la vida.
“Hace tiempo, alguien me decía que, cuando tenemos un problema, en automático decimos ‘Dios mío’.
“No nos sale algo racional, queremos que lo que nos sucede nos lo explique algo más grande que nosotros y, en algunos casos, necesitamos que eso más grande nos apoye para salir adelante de distintos conflictos de orden psicológico”, asevera.
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¿Por qué tener fe es importante?
La fe mueve montañas, dice el Evangelio. Y es que, siguiendo un poco la escuela filosófica que instauró Martin Heidegger, podemos llegar al todo por la parte.
Tenerla es invaluable a la hora de encarar cualquier tipo de desafío, sea este un problema nunca antes enfrentado, como la enfermedad o la muerte, o ante dificultades de la vida cotidiana.
La fe, no solo es la creencia en algo inasequible, como las escuelas soviéticas del conocimiento divulgaron durante la década de los 50, sino algo más.
Es la confianza y el valor de sentir que podemos estar acompañados en todo momento, y eso no necesariamente por una deidad, sino por nuestras propias memorias o familia.
Más allá de las definiciones, la fe es tan única como las personas que la profesan.
Es decir, no existe un tipo único, porque esta siempre pasa por el tamiz de la experiencia propia, la cultura, obviamente la religión e, incluso, la época en la que se vive.
“La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero no es un acto aislado”, señala el Catecismo católico.
Aseveración a la que otro ateo y anarquista, Enrico Malatesta, contestaba: “Mentira que sea la verdad lo que nos hace libres: la fe es lo único que libera”.
Porque la fe, de alguna manera, es saber que no estamos solos.
Es entender que más allá de nuestras dificultades personales, de los problemas que consideramos insondables, hay algo o alguien que nos puede dar una respuesta.
“Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo”, señala el Catecismo.
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Amor y libertad
Según el poeta Gabriel Aresti, la fe es un hermoso camino que nos lleva de aquí al amor y de allí a la libertad.
Por eso es importante compartirla siempre, porque, más allá de los credos religiosos, su presencia nos ayuda a tener esperanza de que las penas pasarán un día.
“Es curioso. Nadie tenía claro cuándo iba a acabar la pandemia, por ejemplo, ni sabíamos quiénes iban a morir o no.
“Pero aún cuando pasaban los peores momentos, nadie dudaba que un día acabaría. Esa certeza de la que no se tienen datos, pero que la puedes sentir como una verdad, se llama fe”, concluye Jiménez.
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